Salió el libro que escribimos con mi hermano mayor sobre la final de la Copa Libertadores 2018 entre River y Boca. Es una crónica extraña. Yo estuve en la Bombonera de infiltrado en el partido de ida, y Alejandro en el Bernabéu porque le coincidió con un viaje ya programado con su hija adolescente que jamás había visto un partido de fútbol antes, ni siquiera en una pantalla.
La presentación fue en el Varela Varelita, el bar que Alejandro usa como oficina de Hablar de Poesía, como Darín en ese bar de Nueve Reinas. Porque Alejandro es poeta. Y en la presentación improvisé algo para provocar a su barra que había venido a hacerle el aguante, poetas que se emborrachaban tempranamente. Dije que cualquier proyecto literario puede verse como un laberinto, uno que los poetas pueden resolver fácil porque tienen alas y su tendencia es salir por arriba, como ángeles. Los poetas del Varela sonrieron ante mi piropo. Pero enseguida dije que en el cielo a lo sumo podrán tocar una nube. Y que los prosistas no podrán volar, pero algunos tienen garras y del laberinto se puede salir cavando y es ahí, en la tierra donde ya no pega el sol, donde se rescatan aquellas cosas tangibles y valiosas que se daban por muertas.
Por supuesto que todo es más complejo. Como sea, fue una fiesta literaria, con amigos hinchas de fútbol y no tan hinchas. María, mi compañera, presentó la editorial artesanal que empujamos juntos, Martín Robbio tocó tangos y variaciones milongueras y nos acompañó el grandísimo Eduardo Stupía, que hizo el arte de tapa del libro y algo más también.
Tercer título de la editorial Ninguna Orilla. Y se vienen dos más en breve.
Así vamos entonces, ganándole de a poco tierra al río.