«Una relación estrecha con la naturaleza es lo más natural del mundo». Entrevista a Paz Crotto

Conversamos con la autora de «El hachero», un libro en el que textos, fotos, sonidos y material de archivo orbitan alrededor de un hachero paraguayo ermitaño que apareció un día por las sierras de Córdoba buscando trabajo.
 

¿Cómo fuiste haciendo este libro de distintos lenguajes: literario, fotográfico, sonoro, lenguajes que se presentan mientras vas detrás de las huellas de Guillermo Martínez, un hachero paraguayo?

 

El libro empezó en 2015 y lo primero que empezó fueron las palabras. Yo venía de estudiar Periodismo y tenía la costumbre de grabar a la gente con un grabador de mano. Guillermo había muerto hacía varios años, también había muerto mi abuela Maía, que eran para mí los creadores del lugar donde ocurre el libro. En el 89, cuando yo tenía cuatro años, mi abuela compró un campo en las sierras de Córdoba. Era un montón de piedras, churquis, espinillos, acacias negras. Por el lugar pasaba un río y eso es lo que convenció a mi abuela, vio que se podía hacer algo muy lindo con mucho trabajo. No había camino para llegar, no había agua, no había electricidad, no había nada, sólo dos casitas de adobe separadas por un kilómetro. Alguna vez el lugar había tenido otra vida porque también habían robles, acacias blancas, ciruelos, corrales de piedra, pero todo muy abandonado y escondido en ese montón de árboles de espinas que rodeaban y tapaban todo. Mi abuela había vivido en el campo de chica y sabía desollar y destripar corderos, hacer alfombras con el cuero, desplumar gansos y rellenar edredones, arreglar muebles, ropa, calefones. Amaba la naturaleza. Un día apareció Guillermo buscando trabajo, nada se sabía de él, ya era un hombre grande, tendría la edad de mi abuela. Lo único que sabía hacer era cortar árboles con hacha, no usaba motosierra, «era de hacha el tipo», como me dijeron. Mi abuela quería agrandar una de las casitas y necesitaba alguien que cuidara un poco cuando se iba para Buenos Aires y que sacara los churquis y las acacias negras. Entonces Guillermo se instaló en la otra casita, a un kilómetro, donde vivió hasta su muerte, en diciembre de 2003. Mi abuela murió cuatro años más tarde. A mí siempre me había llamado la atención Guillermo, quién era, cómo había llegado hasta ahí. Era una especie de cazador-recolector solitario. Con el grabador de mano fui a hablar con mi mamá, la invité a tomar un café, fue la primera entrevistada. Después siguió Ignacio, uno de mis tíos, mis tíos ayudaron mucho a mi abuela porque había tanto por hacer ahí. Fui con una guía de preguntas para empezar a entender un poco el personaje ermitaño de Guillermo. Y de ahí fui a otro tío y al otro, son tres, y cada vez había más enigmas en la historia, o más información partida que no se podía completar y que me obligaba a ir de una persona a la otra, arrieros, gente del pueblo o de la zona, gente que yo no conocía pero que habían conocido a Guillermo. Siempre flotaba esa dificultad que es la de hablar de alguien que ya no está, una forma de recuerdos, de «desolvidar», eso siempre se acerca a una ficción. Además a Guillermo no le gustaba hablar de la vida que había tenido antes de llegar a ese lugar, era mucho más lo que no se sabía de él que lo que se sabía.

 

 

¿Las fotos fueron en paralelo a ese proceso de documentación de su vida?

 

Sí, pero sacaba fotos sin pensar en el proyecto específicamente, le ponía mucha menos atención que a las entrevistas, donde decía: me falta esto, me falta esto otro, esto se contradice, esto no lo sé. Con la fotografía era de otra forma. Saqué muchas fotos durante muchos años pero en ninguna aparecía Guillermo porque como dije ya había muerto. Entonces había un desfasaje temporal entre el texto y las fotos y eso me interesaba. En ese trabajo de edición fotográfica me acompañó mucho Mariana Maggio y la idea al elegirlas fue aumentar el imaginario y misterio que surgía de la parte escrita, de las voces que hablaban de Guillermo. Tenía las entrevistas, las fotos y también los sonidos del lugar, porque si bien usaba ese grabador de casette de periodismo medio trucho para las entrevistas, tenía un grabador más profesional. Y a veces no quería sacar fotos pero sí grabar sonidos y me llevaba ese grabador y me iba a caminar por el monte. No es que el lenguaje oral y el fotográfico fueran limitados pero a veces quería expresar algunas cosas que sólo las encontraba en los sonidos (lluvia, fuego, río, cotorras, sapos y grillos). Hace poco leí un haiku donde aparecían unas ranas, y la nota al pie explicaba que representan el momento en que se encuentran los enamorados, porque es cuando se hace de noche. Pero para mí los sapos son otra cosa, en ese lugar se escuchan los sapos cuando baja el calor del día, cuando la luz cambia y oscurece. Y me lo imaginaba a Guillermo en su soledad, escuchando los grillos y los sapos.

 

 

Cada foto está muy trabajada, hay a color, en blanco y negro, de nitidez total y otras con otro tratamiento de la luz sin llegar a ser borrosas, el conjunto es muy heterogéneo. También hay muchos contrastes.

 

Todas las fotos son en película, analógicas, 6×6, formato medio, salvo algunas que son apaisadas, 6×9. La luz dependía mucho de la situación. En ese juego de replicar lo que se sabe y no se sabe de la vida de Guillermo, a veces ves y a veces no tanto, a veces hay mucha oscuridad y en otras hay tanta luz que vela la imagen. Incluso hay una en que se me había roto el diafragma de la cámara y yo no me había dado cuenta y cuando revelé esa serie estaban todas muy subexpuestas, y a esas también les encontré un sentido, ese no saber, esa oscuridad que no venía de la escena misma sino de lo aleatorio de la máquina rota. En las fotos hay muchos niños, que son pura vida, pero también animales muertos. Es como si la verdad estuviera en el claroscuro, en el intermedio de los contrastes. Hay muchos niños porque yo tenía cuatro años cuando conocí ese lugar. Hay algo en los niños más espontáneo, ponen en jaque los significados, preguntan más, ven de otra manera.

 

 

Otra particularidad del libro es que está traducido al guaraní, es una edición bilingüe. ¿Cómo se llegó a la decisión de incorporar ese idioma?

 

Guillermo hablaba un castellano difícil de entender, a veces lo mezclaba con el guaraní, su idioma natal. Una vez leí una frase de Heidegger que dice que la lengua es la casa del ser, donde es posible crear un mundo. Cuando la leí pensé enseguida en Guillermo, en su infancia. Poner la lengua guaraní fue como imaginar su infancia, la lengua en la que debió hablar con su madre, con su abuela, con sus hermanos. El guaraní era un lugar donde él estaba. Eso mismo me pasó con los sonidos, no dejan de ser un lugar, un dejarse estar ahí, en esos sonidos que él también escuchaba.

 

 

La traducción la hizo Adriana Dejesús, de paso siempre es bueno mencionar a los traductores. Me gustaría preguntarte por algunas fotos en particular, ésta donde vemos un chico de unos seis años que sostiene un pollito en la mano, y un casi inconsciente gesto de amenaza.


  

A mí me gusta la fragilidad de ese animal, que además es un pollito amarillo, y la mano del chico parece que está haciendo el gesto de que le va a cortar la cabeza, que lo va a decapitar, pero el chico ni se da cuenta de ese gesto que hace porque él está mirando fuera de campo, es como si lo que pasara en verdad, lo importante, lo que el chico está mirando en este caso, sucede afuera de lo que uno ve. Ese fuera de campo está presionando mucho en la imagen.

 

Después otra foto donde me surgieron preguntas es ésta de un frambuesal. En el fondo de la foto hay dos cruces, están ahí para que las plantas se agarren a ellas y crezcan parejas, supongo, no por un tema religioso. Pero la presencia de la cruz me lleva a algo que aparece mucho en el texto y que es lo sagrado que hay en cada vida.

 

El frambuesal es muy importante en ese vínculo tan particular que se da entre Guillermo y una vecina, Eugenia. Esa historia aparece en los textos. La vecina es más que vecina porque hay un río de por medio, no se llega fácil, hay que cruzarlo, saltar de piedra en piedra o mojarse hasta la rodilla. Cuando llueve ni se puede cruzar porque la crecida baja fuerte. Se sabe que Eugenia también vivía ahí todo el año y que ella estaba muy sola en ese lugar porque el marido viajaba mucho por trabajo. Y Guillermo la ayuda con el proyecto de las frambuesas, le consigue una puerta cancel, la ayuda a plantar las frambuesas y las cruces. Toda esa relación llena de contrastes entre Eugenia y Guillermo se da en el frambuesal y por eso tenía que estar sí o sí. Ahí aparecen esas dos cruces con su símbolo. Y aunque yo no estoy interesada en el más allá de Guillermo sí es importante hacerle un lugar a su trascendencia que lo distingue de los otros seres de la sierra. El ser de las personas es distinto al ser del animal, del fuego, de las piedras. Hay en los recuerdos que Guillermo dejó un alma que debe ser resguardada y cuidada. Una de las últimas frases del libro la dice Rosa, una cocinera que iba para allá en los veranos. Es la única de las entrevistadas que también murió. Ella cuenta que una noche sueña que Guillermo aparece y que le da un abrazo y entonces ella sabe que tiene que ir a visitarlo a la tumba, Guillermo está pidiendo que lo visiten. Es como si la historia de él continuara.

 

Lo que decís me lleva a preguntarte por esta foto. No hay nada acá que indique que es la tumba de Guillermo, aunque uno se puede imaginar que sí. Hay pastos y es que como si los moviera el viento, hay zonas muy luminosas y otras muy oscuras, me pareció una foto muy lograda, más la mirás y más cosas van apareciendo, es un arte sencillo y a la vez insondable.

 


En ese movimiento de los pastos que cubren la tumba, que no se ve pero como bien decís uno puede imaginar que está, se advierte algo que yo fui notando cada vez que iba a la tumba: las cosas habían cambiado, poco, pero habían cambiado, aunque al mismo tiempo todo seguía igual, seguía siendo lo mismo. Un juego de permanencia o impermanencia que me interpeló muchísimo. Es una linda foto, mérito de la luz. Cuando hay una luz así sólo queda captarla, la luz forma ese claroscuro natural en el viento y en los pastos.

 

Salgo de las fotos y me voy al fragmento de Félix, a quien contratan para reemplazar a Guillermo y cuyo primer trabajo consiste en cavar su tumba.

 

Me acuerdo cuando los fui a entrevistar a su casa, estaba también Soledad, la mujer de Félix, a la que también habían contratado ya como caseros. Soledad me empezó a contar de Guillermo, había una idea de Guillermo que había quedado y me hablaba como si ella lo hubiera tratado aunque no lo había conocido, lo único que conoció de él fue el ataúd, que estaba cerrado, todo era medio tétrico y gracioso al mismo tiempo. Y Félix me dijo que su primer trabajo fue cavar la tumba. Cavar la tumba del que fuiste a reemplazar, una imagen fuerte. «A él no lo vimos, no lo conocimos, llegó en el ataúd, estaba cerrado. Fue mi primer trabajo en Santa Ana, cavar el pozo. Ese año estaba como casi ocho meses de sequía, pero la tierra ahí era buena, nada de piedra era. Habré tardado una hora en hacerlo, rápido lo hice. Ahí lo metimos, lloraban todos. Los perritos se quedaron sobre la tumba unos días y después volvieron para las casas. Los zorros cavaron, se lo querían comer, pero no llegaron porque el pozo lo hice bien profundo».

 

Contanos del arte de tapa, que es de Carlos Arnaiz, también aporta su misterio.

 

Uno de los editores cuando vio el libro pensó en Carlos Arnaiz, en su obra hay una búsqueda de las formas de la naturaleza, de su espíritu. Yo también conocía su obra, me gusta muchísimo por esa visión tan personal sobre la naturaleza y además es un maestro en el uso del color. Lo contactamos y nos recibió en su taller en Boedo. Le dejé las fotos y los textos y a las semanas nos pasó el dibujo, que me encantó. Dijo que había algo en el libro que lo hacía conectar con el aura que las cosas arrastran en su esencia primordial, casi prehistórica. También nos sugirió el color de la tapa y los dos colores de la tinta. La tapa es una serigrafía a dos tintas y la serigrafía es una de las técnicas más antiguas de grabado. El dibujo de Arnaiz es el primer acercamiento hacia el libro, es una capa más, otro modo de contar la historia de Guillermo.

 

 



Hablamos de una experiencia multisensorial: del texto, de fotos, de sonidos, de la tapa, pero falta otra capa más, que es el archivo, un fanzine aparte.

 

El libro viene acompañado de un fanzine con siete fotos de archivo. Fue muy difícil elegir esas fotos, más que las del libro, que eran muchísimas. Pasa que durante la investigación en un momento me puse un poco en periodista rigurosa en el sentido de buscar registros reales, los anteojos que él usó y que conservo, un retrato de su cara que le hizo una vez mi mamá en lápiz y que a Guillermo le gustó tanto que lo colgó en su cuarto. Pero en especial le pedí a mi tío Ignacio que me diera los VHS. Desde el comienzo él filmaba cuando allá no había nada, cuando todo estaba por hacerse, tenía miles de horas de filmaciones en VHS y me las vi todas y en esas imágenes a veces aparecía Guillermo. También miré negativos de fotos de mi mamá, tal vez ella le había sacado una foto a un árbol que había plantado y atrás estaba Guillermo haciendo algo, y yo traté de escanear eso con máxima resolución. Cada hallazgo era todo. Había mucho material y por eso fue difícil elegir las siete fotos. Podíamos poner más pero la idea no era competir con el libro que ya tenía su peso con los textos, las fotos y los sonidos. Pero sí quise que se sepa que esto pasó, que existió. Son fotos que salen borrosas porque son capturas de filmaciones y fotos viejas. A veces miro las filmaciones donde aparece Guillermo. Hay una de un mes antes que muriera y está con mi tío Ignacio, la relación de Ignacio con Guillermo fue muy linda, Ignacio le cocina un revuelto de huevos y zapallitos y le ofrece un vaso de vino, Guillermo dice que no, no gracias, y cuando Ignacio le insiste él dice que no quiere molestar. Había algo muy así de Guillermo. No quería molestar y tampoco quería que lo molestaran. Era alguien invisible que disfrutaba de la soledad. Eso es lo que más me interesó y me sigue interesando sobre Guillermo. Cada vez me parece más imposible una persona así, con el avance de la tecnología, la forma de relacionarnos. Un hombre que se va a las sierras a vivir como un ermitaño en un monte y que pide ser enterrado al borde de un arroyo me parece una existencia rara, pero a la vez esa relación tan estrecha con la naturaleza es lo más natural del mundo.


Notas relacionadas

    © Copyright Ninguna Orilla