En 2014-2016 cursé una Maestría de Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York. Fuimos con la Negra, mi mujer, y nuestro hijo, que en ese entonces tenía poco más de un año. Al curso asistían escritores y escritoras de distintas partes de América Latina y también de España. Se daba en castellano y el profesorado era imponente: Silvia Molloy, Diamela Eltit, Sergio Chejfec, Antonio Muñoz Molina…
Pero lo más interesante no fueron sus cursos o seminarios, sino la tertulia paralela que organizamos con los demás estudiantes. Le pusimos Los Saicos, en honor a la banda de rock peruana que inventó el punk antes que los británicos, aunque nadie le reconozca ese aporte, más allá de una placa en una calle de Lima.
Era viernes de por medio. En Los Saicos leíamos autores/as que por algún motivo no habían traspasado las fronteras de su país pero que tenían un valor literario impresionante. ¿Cómo puede ser que en Argentina no se sepa absolutamente nada de esta persona y de su obra?, pensábamos con la Negra.
Volvimos con la idea de poner una editorial para difundir este tipo de literatura que tanto nos había interpelado, pero el sistema industrial de publicación de libros, por un motivo u otro, no nos terminaba de cuajar. Pasaron los años y llegó una hija. Después, la pandemia y toda esa metafísica que impuso el encierro y que no era fácil de digerir. En ese puro presente, empezamos a rumiar una nueva idea: “¿Y si aprendemos a hacer libros en casa?”
Con una nube de dudas persiguiéndonos fuimos a ver a Eric Schierloh, editor de Barba de Abejas, a su casa en City Bell. Nos habían dicho que era una especie de profeta de la edición artesanal. Eric nos esperaba en el patio de su casa, el mate listo, la barba enorme y pelirroja, las máquinas del siglo XIX a sus espaldas. Pero además de olor a tinta, había olor a chocolate porque su hija estaba horneando brownies, y desde el piso de arriba descendía el sonido rítmico del bajo del hijo mayor. Como si eso no alcanzara, la compañera de Eric, finalizada su jornada de odontóloga, se puso a calentar el horno para cerámicas porque se ve que le habían dado ganas de hacer tazas. Después de un año de encierro con dos hijos en un departamento, encontrar aquella paz creativa, dinámica y familiar nos resultó tan fascinante como shockeante. Y aunque lo único que podíamos replicar de ahí eran los brownies, decidimos animarnos a hacer los libros a mano, o Eric nos convenció, porque por algo es un profeta, medio loco e inspirador como todo profeta. “Es como vivir en el Renacimiento pero con antibióticos, my friend”, me dijo cuando nos despedimos.
Desde entonces, hacemos libros. Contamos con el apoyo invaluable del hermano de la Negra, quien se animó a hacer las tapas en serigrafía artesanal y el diseño de los libros. Y de otros editores y de editoras artesanales que enseguida nos abrieron sus talleres y saberes.
Cuando en enero de 2022 nos fuimos de camping a la Patagonia, y encontramos un partidor de carrera de caballos abandonado, le sacamos la foto con el logo de Ninguna Orilla pensando en esto que llegó, la hora de la campana de largada. Cuando volvamos el año próximo, esperamos tener cinco títulos en esos partidores.
Bienvenidos y bienvenidas al ancho cauce de Ninguna Orilla.